Arte Corporal: Espiritualizar lo corpóreo o corporeizar el espíritu. (Epílogo al IV Encuentro de Arte Corporal que tuvo lugar en Caracas, Venezuela en septiembre del 2008)

Arte Corporal:
Espiritualizar lo corpóreo o corporeizar el espíritu.
(Epílogo al IV Encuentro de Arte Corporal que tuvo lugar en Caracas, Venezuela en septiembre del 2008)

El arte como puente

Nuestro cuerpo. Basta que nos falle de alguna manera para de inmediato caer en la cuenta de su irreemplazable condición. Una vez que salimos del peligro, volvemos a olvidarlo sumergiéndonos en la desenfrenada carrera de la cotidianidad. Disfrazamos de sueños los excesos más impensables y arrastramos al cuerpo sin reparar en la imposibilidad de una vida separada de este preciado envase que nos guarda. Con sorprendente obediencia, nuestra voluntad moviliza todo nuestro organismo al llamado de la conciencia pero esta última no existe sin el cuerpo físico. Identificar, no obstante, el ser verdadero con el cuerpo físico es considerar a la casa como el habitante de la casa. Con lo cual nuestras vidas resultan de esa correlación más o menos armoniosa entre cuerpo y conciencia.
La historia testimonia las muchas posturas que hemos adoptado hacia el reconocimiento y representación de nuestro cuerpo. Desde las más antiguas doctrinas de la instrumentalidad del cuerpo (instrumento del alma) según Aristóteles y los estoicos para los cuales el alma “utiliza” de diferentes maneras el organismo corpóreo, hasta el epicureismo según el cual el cuerpo tenía la función de preparar al alma en materia de sensaciones.
Si hay algo predecible en el de cursar de la humanidad es ese oscilar en bandazos al que no escapó el cuerpo y sus concepciones. Bien desde su condena, cuando lo reducían a “la prisión del alma” a partir del mito de la caída del alma en el cuerpo a causa del pecado, expuesta en al Fedro platónico. O bien desde la apología, según Nietszche en  Así hablaba Saratustra  cuando en una verdadera apoteosis del cuerpo dice: “el que esta despierto y consciente dice: soy todo cuerpo y nada fuera de el”
Descartes puso en crisis la concepción clásica del cuerpo, instaurando el dualismo cartesiano, desde el cual el cuerpo se hace patente en toda su materialidad y el alma impalpable se manifiesta por inferencia. Un verdadero dueto controversial, que hoy en día igualmente  perpetuamos en dicotomías gracias a nuestro obstinado empeño por identificar y clasificar bajo la siempre lícita coartada de  alcanzar la comprensión. El milenario interés de sabios y filósofos en esa unidad ideal entre cuerpo y conciencia, entre materia y espíritu; occidente lo dejó instituido como la dualidad entre el ser y el pensar, la materia y la conciencia en  el problema fundamental de la filosofía y oriente desde sus fuentes primigenias percibe dualismo como espejismo, ilusiones de la mente que como el ojo en el confuso intento de verse a si mismo, crea sucedáneos del ser real.
El amante de la sabiduría es creador por naturaleza, el creador veraz deviene filósofo a fuerza de sumergirse en los abismos más insondables de su propia circunstancia. De manera que no ha podido sustraerse al enigma de nuestra verdadera naturaleza. ¿Cuál es nuestra sustancia? ¿De qué estamos hechos los seres sintientes y pensantes?
El cuerpo y espíritu tienen mucho que decirse y es aquí donde el arte aparece como el más auténtico puente donde se hace posible el diálogo (o se abre una brecha a todo tipo de manipulaciones), tomando como pretexto las más caprichosas formas de la expresión plástica. Desde el presupuesto de la ilusión, el arte tensa el arco de lo corpóreo para apuntar con mayor certeza a la espiritualidad como la engañosa diana. Y es así que el cuerpo desde la dinámica de la elaboración cultural deviene en todo un auténtico constructo del cual somos cada uno de nosotros nuestros verdaderos constructores. Edificamos paralelamente nuestro cuerpo desde adentro y desde fuera, desde cada pensamiento, cada sentimiento, cada gesto, con cada acción, cada atributo o accesorio que le adjudicamos como patrimonio de su identidad. Con lo cual lo convertimos en tierra fértil para toda una polifonía de signos desde los cuales nos proyectamos hacia el otro. Un verdadero lenguaje no verbal con el que promovemos actitudes en quienes nos rodean. Desde los albores de su civilidad, con el ocre de las primeras handsprints, el ser humano partió de su propio cuerpo como objeto y sujeto de expresividad, como soporte activo y voluntario, como sede de todo un lenguaje visual que más adelante se estructuró en símbolos y convenciones más o menos legítimas y perdurables.

El cuerpo como lenguaje

Desde la pintura corporal, las perforaciones, tatuajes y escarificaciones, modificaciones u ornamentos el ser humano se ha proyectado mostrando rasgos de su individualidad, status social e identidad cultural, de manera que antes de instrumentarse como práctica artística ya era una vía de comunicación. Los elaborados tatuajes japoneses que hablaban de las hazañas de un héroe, el tatuaje polinesio tradicional esencialmente geométrico que distingue a una étnia de otra, en fin disímiles manifestaciones que en sus orígenes tenían toda una significación han sido descontextualizados y sometidos a nuevas lecturas en virtud de esta tendencia globalizadora del mundo en que vivimos. El uso generalizado e indiscriminado de estas marcas simbólicas muchas veces se manifiestan apenas desde límites artísticos de manera degeneran en simples testimonios de un modo de vida y en el mejor de los casos referencia una vida alternativa en el portador. Para ser comprendidos como arte, los signos corporales se apoyan en un vocabulario, consonante con los mitos, valores sociales y símbolos compartidos por la colectividad, de manera que solo la cultura pueda salvarlo de erróneas interpretaciones permeadas de la más rancia frivolidad.
Como bien se sabe desde la década del sesenta del pasado siglo surgieron y se desarrollaron ciertas expresiones y prácticas artísticas que han colocado al cuerpo como auténtico protagonista del hecho artístico: happening, performance, body art y más recientemente lo que aquí conocemos como intervenciones públicas, buscan socializar el arte y convertirlo en práctica colectiva más cercana a la dinámica de la vida. Solo que en el empeño de legitimar todo gesto, curiosamente nos acercamos -quizás por cierto impulso atávico- a los rituales ancestrales de nuestros orígenes. Lo cual habla a favor del arte como única vía posible de permanecer en sintonía con nuestra verdadera naturaleza.
En coordinación con el Ministerio del Poder Popular para la Cultura de Venezuela; el Instituto de las Artes de la Imagen y el Espacio (IARTES) convoca cada año a un encuentro mundial de arte corporal. Aglutinando diferentes regiones del país, se busca propiciar espacios de intercambio, reflexión y creación que favorezca toda práctica cultural y estética más allá de los límites que imponen la especialización o los géneros artísticos, en favor de la diversidad.
En septiembre del 2008, nuestro país fue convocado a compartir estos espacios en la ya cuarta edición de este encuentro mundial. Manuel López Oliva, Yelián Rodríguez, Francisco Espinosa y quien firma estas líneas participamos con diferentes proyectos. En el caso de López Oliva, con un performance, que integraba danza, música y visualidad. Buscaba insuflar vida a texturas visuales extirpadas con precisión quirúrgica de su propia obra planimétrica. Iniciada con el clamor de una sirena la desbordante coreografía convocaba las más hondas emociones, haciéndolas fluir natural e instintivamente. Su cómplice, una joven caraqueña: brillante bailarina escapada de un ánfora griega por sus facciones singulares, hizo suyo el pequeño escenario previsto para los efectos en el teatro Teresa Carreño, sede donde tuvo lugar la inauguración de todo el evento. Francisco Espinosa por su parte llevó una muestra en video arte, una audaz y bizarra trilogía sobre las soledades del cuerpo. Irreverente y subversiva como todo arte que no teme a las márgenes sino que se erige en portavoz, y desmonta herrumbrosas nociones de belleza para darle voz y rostro en toda su crudeza a esos rasgos tangentes de lo formalmente instituido. En cuanto a Yelían Rodríguez, compartimos un mismo proyecto performático titulado “Desnudo sobre desnudo”. En un simulacro de pasarela, parodiando el histrionismo efectista de los desfiles de moda y apuntando a la desnudez como el envés de ese mundo de glamour y apariencias, concebimos el despliegue escénico de los diez jóvenes modelos de ambos sexos que colaboraron con nosotros para tal ocasión. Cubrimos su total desnudez a la manera de sadwish man con lienzos impresos de fotografías digitales realizadas originalmente desde el desnudo propio o el del otro. Previamente realizadas aquí en Cuba por Yelían y su modelo y en mi caso, realizadas a partir de mi propio cuerpo.
Igualmente en el transcurso del evento participamos en sesiones de body paint  junto a artistas venezolanos y de otras latitudes, en diversos escenarios dispuestos por los organizadores del evento con el propósito de difundir y legitimar estas manifestaciones del arte corporal en espacios públicos.

Hanna G. Chomenko

2008